8.11.06

¿A favor o en contra?


La pena capital o pena de muerte es la ejecución de un prisionero como castigo por un crimen o delito. La expresión proviene del indoeuropeo caput, "cabeza", a través del latín capitalis. Así, etimológicamente, la pena capital es el castigo impuesto a un crimen tan grave que merece la decapitación.

Según el informe anual de ejecuciones judiciales de
Amnistía Internacional, en el año 2003 fueron ejecutadas al menos 1146 personas en 28 países. El 84% de las muertes documentadas ocurrieron en cuatro países: la República Popular China llevó a cabo 726 ejecuciones, Irán mató a 108 personas, Estados Unidos a 65 y Vietnam a 64.

Los defensores de la pena de muerte alegan en su favor un carácter ejemplarizante que, según su interpretación, no se alcanza con las penas privativas de libertad. "El 27 de mayo de 1997 hieren a mi hijo, el 2 de junio, 6 días después, muere a raíz de estas heridas". Esta es la declaración de Elvia González, una mujer mexicana a quien se le arrebató la vida de su hijo. Ella está abiertamente a favor de la pena capital y esta es su opinión : "Siento que es legítimo que yo pida justicia: no estoy pidiendo venganza, estoy pidiendo justicia y siento que los castigos deben de ser al nivel de los delitos, que no tengo por qué respetar la vida de quien no respetó la vida de mi hijo. Por supuesto que es legítimo, si el crimen y el castigo no van juntos no se cierra un ciclo". ¿Qué cosa es lo que sucede con las víctimas? Las víctimas, mientras el asesino viva, estamos con el alma en un hilo porque puede regresar, porque si nos atrevemos a demandarlo, que por desgracia no he encontrado a quien mató a mi hijo, va a salir o por errores de la demanda que se le haga lo sueltan, o si compra su libertad lo sueltan, o si es muy inteligente el defensor lo sueltan y entonces yo sufro una especie de encarcelamiento junto con el asesino. Además, yo les pregunto: ¿les parece justo que con mis impuestos yo mantenga al asesino de mi hijo? Y este hombre va a seguir matando. Soy psicóloga y sé que hay seres -por eso estoy en pro de la pena de muerte desde siempre-, que hay seres irredimibles, irrescatables. Ahora, tienen absolutamente toda la razón al decir que estamos en un sistema corrupto y mal, no es excluyente, implantar la pena de muerte va a ser un paso, de aquí a que la apliquen va a ser otro y podemos ir depurando las cosas, podemos hacer todo. Solicito que pongan a trabajar a los reos, o sea: se pueden hacer muchas cosas y también la pena de muerte. Es muy probable que con mi hijo lo hubieran pensado dos veces si supieran que ellos iban a ser matados igual y nada más lo asaltan, lo golpean, no lo sé, pero matan y saben que no pasa nada". LOS QUE SE OPONEN a la aplicación de la pena de muerte aducen todo lo contrario, y añaden como argumento la posibilidad de error judicial, que siempre sería imposible de remediar, así como la indefensión de aquellos reos que, al no tener recursos económicos, tampoco podrían pagar una defensa eficaz en el juicio. Son sobre todo las consideraciones de orden ético y hasta religioso las que más pesan a la hora de abogar por la abolición de esta pena, al considerar el derecho a la vida como algo incuestionable.
El vicepresidente de la Cámara de Diputados rusa, Vladímir Lukin, ha declarado que numerosos estudios rusos e internacionales han demostrado que el ejercicio de la pena de muerte no reduce el índice de criminalidad. El Papa Juan Pablo II ya ha manifestado claramente su postura en contra de la pena de muerte y ha pedido a los Estados Unidos que ponga fin a la "innecesaria crueldad de la pena capital". "Un signo de esperanza es el creciente reconocimiento de que la dignidad de la vida humana nunca debe ser irrespetada, ni siquiera en el caso de alguien que haya cometido un acto perverso", declaró en uno de sus mítines.

Los argumentos que se mantienen a favor de la pena de muerte tienen todos ellos una respuesta clara.

"Ojo por ojo y diente por diente" es uno de los argumentos clásicos de los defensores. Proviene de la propia religión. Se piensa que la autoridad debe ser drástica. Pero eso no hace que los familiares de la víctima recobren la persona asesinada. Al contrario, vivir con el odio puede multiplicar ese dolor. La muerte del otro no restituye el mal. En contra, está el posible error judicial (desde 1900 se sabe que en EE.UU. al menos 350 personas condenadas eran inocentes. Hay informes que dicen que uno de cada siete condenados resultaron ser inocentes. Y aunque no sean inocentes, cabe la rehabilitación del condenado. La naturaleza humana es dúctil. Ya sé que es más fácil destruir que construir, y no es fácil que una persona violenta cambie pero es posible.
Otro argumento clásico a favor es el disuasorio: la pena de muerte disuade a otros asesinos de cometer crímenes. Pero está claro que tampoco es cierto. En aquellos estados de EE.UU. donde hay pena de muerte no hay menos crímenes que en los estados donde no existe. Y es que, en la mayoría de los casos, los crímenes no son premeditados sino que son el resultado de un robo u otra acción delictiva que sale mal y acaba en asesinato. La pena de muerte no va a evitar estas muertes.
Y un tercer argumento es el de aquellos que dicen que la justicia es imperfecta: si van a la cárcel salen en cuatro días y vuelven a delinquir. Pues bien, si el sistema de justicia no es el más correcto, como así parece por la valoración que la gente hace de la Justicia, y si el sistema carcelario no es el ideal, cámbiense ambos sistemas. Las estadísticas de los condenados a muerte nos dicen que precisamente lo que no es justo es a quién se aplica: en EE.UU. la pena de muerte va unida al Racismo y al clasismo: si no eres blanco y eres pobre tienes muchas más posibilidades de ser condenado. Y por otra parte, y esa me parece la contradicción mayor: que alguien haya acabado con la vida de otra persona se quiere solucionar quitándole a su vez su vida. Es como si a un adolescente le dices que no debe fumar mientras tú tienes el cigarrillo en la boca. En definitiva, el Estado se cree en el derecho de acabar con la vida de individuos que tienen disfunciones graves en su conducta, lo cual responde a cuestiones estrictamente personales en las que el Estado no tiene ninguna responsabilidad.